Con el paso de la primera quincena de septiembre podemos anunciar que ya es otoño en Granada. Por las mañanas tenemos que coger alguna prenda de manga larga porque los quince grados y la piel humana no se llevan muy bien. El tráfico durante todo el mes de agosto se transforma en infernal.
Los estudiantes universitarios que terminan sus exámenes de septiembre comienzan a reunirse en espacios abiertos granadinos para planificar el próximo curso acompañados de voluminosos paquetes de pipas cuyas cáscaras adornarán el suelo de la ciudad. Las botellas de cerveza y otras bebidas alcohólicas son sólo un aliciente para entrar en conversaciones airadas sobre los orígenes genealógicos de cierto profesor de la Escuela o una serie de especulaciones sobre la fidelidad de la mujer del examinador de alguno de ellos.
Sus vacaciones comienzan ahora, ya que han estado todo el mes de agosto preparando a conciencia las asignaturas que no pudieron aprobar durante el curso debido a planes de estudio excesivamente duros o a una incompatibilidad horaria entre clases, dedicación a la materia y una estresante vida social nocturna.
Podremos observar en sus diálogos aumento de la contaminación acústica con el paso de las horas y las copas, además de una tendencia cada vez más positiva hacia la amistad dirigida a orinar en cualquier esquina de la vía pública por parejas del mismo sexo. Los vómitos pueden ser un camarada de última hora de la noche y se justifican por el mal estado del shawarman ingerido a las 5 de la mañana en Pedro Antonio de Alarcón.
Antes el botellón no era una opción obligatoria cada vez que salíamos, ni el tener que ver amanecer todos los días. A nosotros nos gusta beber pero no pasar frío en la calle.
F.N.i.
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